Era verano cuando ella esperaba en la estación de autobús para por fin ir en busca de todas las cosas que, años atrás, no pudo llevarse. Al llegar en autobús sentó al lado de una mujer mayor que no dejaba de hablar, y Marina, por no hacerle el feo, la escuchaba fingiendo interés.
Cuando llegaron al pueblo fue la primera en bajar del autobús, muy emocionada al comprobar que los recuerdos que le quedaban de aquel lugar eran similares a lo que ahora estaba observando. Caminó hasta llegar a casa de su tía que la esperaba muy entusiasmada de volver a verla.
Al dejar sus cosas en la habitación inspeccionó la casa de arriba abajo. En una de las habitaciones descubrió una pequeña maleta que le resultó familiar, la abrió y en su interior descubrió varias cosas de cuando ella era pequeña. Sacó un viejo libro de cuentos cerrado con un candado, en uno de los bolsillos descubrió la llave que lo abría, un cuaderno lleno de dibujos irreconocibles, un peluche que le trajo su padre de uno de sus numerosos viajes y un estuche lleno de colores. Después bajó corriendo y le enseñó a su tía lo que había encontrado. Marina y su tía decidieron ir a un pequeño riachuelo a merendar. Cuando llegaron ella se sentó y contempló una vez más todas las cosas que había encontrado en la maleta. De repente se oyó un estruendo que hizo temblar el suelo, las dos se asustaron y se levantaron en un salto, el ruido cesó pero al instante volvieron a escuchar el mismo ruido, que esta vez no paraba. A lo lejos vieron como, a gran velocidad, se acercaban miles de ciervos asustados por unos cazadores. Asustadas salieron corriendo dejando todo lo que llevaban, entre otras cosas las vieja maleta con todas sus cosas dentro.
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